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EL DEVENIR DE LAS ESTACIONES

No sé si ustedes han hecho la prueba, yo sí. He preguntado a un grupo selecto de amigos y conocidos cual es la estación del año que más les gusta y aunque no trato de hacer ningún estudio estadístico les diré que el primer lugar lo ocupa siempre el verano y el segundo la primavera. Ahora bien si de esa respuesta deflactamos el efecto vacaciones (casi todos tomamos vacaciones en verano) resulta que la estación preferida por la gente, por el ciudadano medio, por el pueblo llano, es la PRIMAVERA. Y no saben la alegría que esto me produce.

La primavera es el nacimiento, la renovación. Es el despertar del letargo de los fríos tiempos del invierno, la eclosión de los campos, la floración del reino vegetal, el verdeo del trigo, el granado de las espigas, la fresca yerba de las praderas. Yo lo he visto en Andalucía, en la Vega de Granada. Y también en Alemania en las llanuras entre Frankfurt y Darmstadt.

A diario en la mañana tomábamos el tranvía para ir de La Zubia a Granada y un buen día la Vega nos sorprendía con ese campo cuajado de amapolas. Parecía que hubieran crecido todas en un solo día. Y en Frankfurt era parecido solo que allí lo que florecía era el amarillo “diente de león”.

Es el renacer de la primavera que llena los campos de flores y de hierbas como precursor del granado de los cereales que vendrá algo después. Es la demostración de que el campo está vivo y tras el esfuerzo de la siembra y del cuidado de los hombres y mujeres que miran y adoran su tierra, vendrá la siega y tras ella el trillado en la era y, separada la paja, el guardar el grano en el granero.

Benditos campos, bendita agricultura y benditos tantos hombres y mujeres que gracias a su trabajo leal y profesional, nos aseguran el “pan nuestro de cada día” para todo el año.