Visita a Tordesillas
DELEGACIONES/VALLADOLID/JUAN ANTONIO GARCÍA ORTEGA
TORDESILLAS
Decíamos en un número anterior de la revista que el comentario sobre los monumentos de esta ciudad quedaba pendiente.
La localidad de Tordesillas debe su nombre, según los historiadores, al topónimo romano “Turris Syllae”, esto es, “Torre de Sila”.
Para otros la denominación procede de “Autero de Sellas”. Desde la edad media está documentado “Oterdesiellas”
que significa “altozano de los graneros”.
La posición sobre un otero, que domina la Vega del Duero, le da una privilegiada situación y una importancia estratégica de primer orden.
El 7 de junio de 1494 es fecha clave en la historia de Tordesillas, pues se firmó el tratado por el que España y Portugal establecieron
la frontera de sus dominios en el nuevo mundo.
En Tordesillas estuvo recluida 46 años la Reina Juana I de Castilla.
No se puede llegar a esta villa y no visitar estos recintos:
REAL MONASTERIO DE SANTA CLARA.-
El rey Alfonso XI, nieto de María de Molina y de Sancho IV el Bravo, para conmemorar la batalla del Salado en 1340,
sobre los musulmanes, decidió construir un palacio, de estilo mudéjar, en lo más alto de la villa de Tordesillas.
Alfonso XI admiraba la refinada arquitectura árabe y la filigranada decoración de sus palacios.
Por ello arquitectos de Sevilla y de Toledo fueron los encargados de realizar este espléndido recinto, que sirvió de residencia a
Leonor de Gumán (1),
favorita del rey y con la que tuvo 10 hijos, entre ellos el que inauguró la casa de Trastámara, Enrique II.
Sin embargo Alfonso XI contrajo matrimonio con María de Portugal.
De este matrimonio nació Pedro I, para unos el Cruel, para otros el Justiciero, que le sucedió en el trono desde 1350
hasta ser vencido en 1369 por su hermanastro Enrique en el Castillo de Montiel, víctima de aquella frase de Duguesclín:
“yo no quito rey ni pongo. No hago que aidar a mi señor”.
Pedro I concluyó el palacio y lo habitó con María de Padilla (1)
Después lo cedió a sus hijas Beatriz e Isabel para que fundaran un monasterio bajo la advocación de Santa Clara.
En este monasterio tuvo que alojarse Napoleón en la Navidad de 1808, al ser sorprendido en sus desplazamientos por una gran nevada.
El recinto.-
Toda la construcción de este convento o monasterio pone de manifiesto el gusto por lo almohade.
Las diversas estancias por las que nos conduce la guía: entrada al convento, patio de ingreso al antiguo palacio,
vestíbulo, patio Arabe,
capilla dorada, conservan la huella del arte musulmán: puertas adinteladas, arcos lobulados, yeserías mudéjares, adornos de lacerías, etc.
La capilla dorada comunica con el refectorio (del lat. reficere:reparar) que está presidido por un cuadro de la última Cena.
A continuación se pasa a la galería que rodea el llamado patio de El Vergel, que es el claustro del convento.
La estancia adjunta es el Coro Largo, salón principal del antiguo palacio. A ambos lados corre una austera sillería de nogal.
Una importante reja de madera rematada por una viga con ornamentación de mocárabes tallados y dorados lo separa de la Capilla Mayor:
Las distintas tablas del retablo de esta Capilla representan escenas de la pasión de Cristo y en el compartimento central se halla un lienzo
con la Santa Faz.
Una puerta disimulada en el lateral derecho del coro, que contiene un arco de yesería policromada, recientemente descubierto,
nos da acceso a la Iglesia.
Cuando se entra en la iglesia una atracción irresistible lleva la mirada hacia la brillante y dorada techumbre del presbiterio.
El esplendor del pan de oro queda grabado en la retina del visitante. Impresiona, sobrecoge y subyuga tanta belleza.
Pero ante la dificultad de acertar con la expresión adecuada, es preferible citar lo que dice la guía del convento:
“La techumbre del presbiterio es una espléndida armadura de madera, obra maestra del mudejarismo castellano.
Se halla decorada con motivos de lacería policromada con vivos colores dorados. El lazo utilizado es el compuesto por sinos con ruedas.
De todos los sinos penden pequeñas piñas de mocárabes de adarajas triangulares doradas.
El arrocabe está ricamente adornado con arquería estalactítica dorada, en cuyos vanos se disponen cuarenta y tres pinturas
en tablas de figuras de medio cuerpo sobre fondo dorado. Representan a Cristo, la Virgen, San Juan, y otros cuarenta santos
con sus cartelas identificativas. Esta galería de santos aparece recuadrada con cardina gótica tallada y dorada”
Las paredes del presbiterio están tapizadas con colgaduras de damasco rojo que contrastan con el dorado de la techumbre y
hacen más espléndida la visión.
El Altar Mayor está presidido por un retablo de alabastro en cuyo centro figura la Asunción de la Virgen.
Por alguna circunstancia imprevista no pudimos visitar los baños de palacio. Según la guía son baños árabes semejantes a los
de Granada y Baeza, aunque unos siglos posteriores, con los cuatro recintos habituales: frigidarium (sala fría),
tepidarium (cuarto templado), apodyterium (sala de descanso) y calderium (cuarto caliente).
Aunque sin baños, terminamos la visita empapados de historia, arte y belleza.
MUSEO DEL ENCAJE.-
Si con la expresión “hacer encaje de bolillos” nos referimos a una tarea árdua y difícil, cuando hablamos del frisado,
que es el encaje de la realeza, señorial y cortesano, la dificultad sería máxima, pero también la belleza de su arte.
El Frisado es un encaje a la aguja por ser este el instrumento operativo.
Al frisado se le da el sobrenombre de Valladolid porque en esta ciudad tuvo sus orígenes.
Además del frisado hay otros tipos de encajes: blonda, macramé, soles de Salamanca
encaje de blonda, detalle de una mantilla.
Pues bien en Tordesillas existe el Museo y Centro didáctico del encaje de Castilla y León, cuya finalidad es recuperar y
hacer resurgir el arte del encaje en esta región.
En cinco salas abiertas al público se muestra una representación de estos tipos de encajes, eruditos y populares,
elaborados en la región, pero también los hay de otros países. Entre ellos se exponen piezas litúrgicas, paños de ritual,
indumentaria, ajuar doméstico, etc. Varios premios avalan el prestigio internacional del Centro.
Todas estas maravillas nos las comenta Natividad Villoldo, fundadora y promotora de este museo.
Cerca de treinta años lleva investigando y descubriendo numerosas piezas de encaje no solo en España, también en Europa.
MUSEO DE SAN ANTOLÍN
Es una iglesia que tiene una peculiar torre circular rematada en chapitel. En ella se han recogido las mejores piezas escultóricas
procedentes de los templos de Tordesillas.
Entre ellos destacan:
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Dos Cristos yacentes de la escuela de Gregorio Fernández.
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Una Inmaculada de Pedro de Mena, quizá la mejor pieza del museo. Es de finísimas líneas en madera policromada aunque parece de porcelana.
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Por su arquitectura y por las esculturas que contiene hay que citar la Capilla de los Alderete, Los relieves del retablo son de Juan de Juni.
En el centro de la capilla se encuentra el sepulcro de Pedro de Alderete. en alabastro,
de estilo plateresco.
A esta iglesia acudía la reina Juana I de Castilla, a través de un pasadizo desde su palacio,
ya destruido.
La leyenda cuenta que, terminada la ceremonia religiosa, la reina subia los 56 escalones
que llevan hasta lo alto de la torre, para ver si por algún camino venía su difunto
marido Felipe el Hermoso.
La extensa panorámica sobre el Duero y su inmensa vega seguramente le servían de consuelo y serenaban su ánimo.
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Al final de un día tan lleno de historia y de arte sacro, fuimos a rendir culto a Baco, visitando la bodega Muelas.
Allí la gentil hija del dueño nos contó los antecedentes y las condiciones de una bodega subterránea: terreno seco y aireado,
temperatura constante y ventilación mediante corriente de aire.
Y, cual sacerdotisa del dios, hizo las pertinentes libaciones y nos obsequió con una variedad de sus vinos: verdejo, rosado, semidulce, tinto….
Tras la cata emprendimos el viaje de regreso a Valladolid tan contentos, por aquello que dice el salmo:
“Vinum laetificat cor hominis”
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(1) Estas dos mujeres, Leonor de Guzmán y María de Padilla, son las protagonistas de dos óperas de Donizetti, a las que se refiere
Maribel Achutegui en su ameno comentario: “Paseo por la Sevilla de ópera” del nº 312