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EL DESPERTAR DE LA NATURALEZA

Si el otoño nos inclina a la melancolía, la primavera nos incita a la alegría. No sé si ustedes lo habrán experimentado, pero yo sí que lo he sentido y lo sigo sintiendo cada año, cuando el calendario nos sumerge en dichas estaciones.

La primavera es la luz, y esa luz, con su esplendor, disipa y barre las brumas del invierno. Es el despertar de la naturaleza, en un gran estallido lleno de color y de vida que nos alegra el corazón y sacude nuestros sentidos. Es luz, pero también es aroma, que inunda los campos y ensancha nuestros pulmones en un afán de abarcarlo todo, de no perdernos nada de esa deslumbrante exaltación de la naturaleza. Y también es sonido: el canto de los pájaros, el viento jugando con las ramas de los árboles, el vuelo de los insectos y esos mil sonidos, algunos identificados, otros apenas conocidos.

Esa eclosión de la naturaleza he tenido el privilegio de vivirla en varias partes del mundo y a cual más esplendorosa. En Asturias, en Granada, en Madrid y también en Noruega, en Alemania y en Costa Rica. De la primera no puedo contar mucho, vivíamos en la Rebollada, cerca de Mieres, cuando mi padre era director de la siderurgia integral allí instalada, la Fábrica de Mieres.

Las primaveras en Asturias eran tardías, pero cuando llegaban cubrían toda la tierra de fresca y tierna hierba verde, que el clima lluvioso mantenía casi todo el año. En Granada la cosa era distinta pero La Vega se cuajaba de verde y rojo entrado el mes de marzo. Verde del trigo y rojo de las amapolas.

Mi experiencia en Madrid se limita al espacio que hay entre la capital y el pueblo de Villalba, de donde procedía la familia de mi mujer, pero también, desde la autovía, hemos disfrutado de la eclosión de la primavera en los prados que hay antes de iniciar las cuestas de Torrelodones y otros más a lo largo del camino.

En una Feria de SICUR conocimos a un noruego de origen catalán cuya empresa presentaba un producto de seguridad para la banca que nos pareció bueno y lo compramos. Aquello fue el origen de la amistad con el noruego-catalán que me llevó a visitar su país en varias ocasiones y entre ellas una muy especial en la que pude asistir a la eclosión de los campos a la llegada de la primavera. Esas llanuras inmensas que, de la noche a la mañana, se llenaban de flores de vivos colores predominando el rojo y el amarillo.

Mi hermano Francisco José marchó a Alemania y allí se casó y y se quedó a vivir, de forma que cuando yo viajaba a Alemania iba a visitarle. La eclosión de la primavera es también notable allí. De la noche a la mañana las llanuras y las laderas entre Frankfurt y Darmstadt, se llenaban de flores amarillas que eran un espectáculo para nuestros ojos.

Toda una experiencia de la que guardo un excelente recuerdo.