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EL VERANO AUSTRAL

Nosotros que vivimos en el hemisferio boreal o hemisferio norte, estamos ya hechos a la idea de que tenemos cuatro estaciones a lo largo del año, dos frías: invierno y otoño y dos cálidas: primavera y verano, aunque no siempre sea así. De todos es conocida la veleidad del clima y eso que en nuestras latitudes no suele haber demasiados sobresaltos.

Así, la primavera es la estación de los proyectos, de las ilusiones, de construir con mayor o menor detalle lo que vamos a hacer a lo largo del año, en especial cuando se disipen ya las brumas del largo invierno y empecemos a pensar en lo que haremos cuando lleguen las vacaciones. No hay una regla fija. Cada cual lo piensa y lo decide según sus gustos y preferencias.

Para algunos puede estar, ya desde el principio, todo claro y decidido. Son aquellos que tienen una casita en el pueblo o en la playa y salvo cambio de planes de última hora lo normal es que se vayan a disfrutar de esa propiedad que con tanto cariño e ilusión fueron poniendo a lo largo de los años.

Para otros, esos improvisadores de última hora, puede suceder que la esposa le diga al marido, a eso de mediados de junio. - “Este año, Pepe, no vamos a Benidorm, que ya está pasado de moda. Iremos a Calpe, que me ha dicho Angustias - la vecina del tercero -, que ellos fueron el año pasado y todo les fue muy bien”. Y allá que van y seguro que lo pasan bien.

Pero otra cosa muy distinta es el verano austral, es decir el del hemisferio sur. En primer lugar, allí las cosas suceden en otras fechas y casi como al revés que en el hemisferio norte. El equinoccio de otoño llegará este año, el 22 de septiembre a las 21:21 h.

Según el calendario gregoriano, el solsticio de verano en el hemisferio sur se presenta entre el 21 y el 22 de diciembre de cada año, mientras que en el hemisferio norte es sobre el 20 y el 21 de junio. Acostumbrarse a estas cosas no es nada fácil para el ciudadano medio europeo que no viaja con frecuencia al continente americano, ya sea del norte o del sur.

Y para terminar una pequeña anécdota que me sucedió en uno de mis viajes a Brasil. Paseaba yo con un distinguido funcionario de correos por la orilla del mar en una de esas esplendorosas playas contemplando el suave oleaje cuando me salió espontáneamente la siguiente frase: - “Con que gusto me daba yo ahora un chapuzón”- A lo que mi acompañante respondió: - “Pues adelante D. Ángel”. - "Sí, dije yo, pero no he traído bañador" -. "Bueno, contestó, tampoco lo necesita. Esta playa está desierta, yo le guardo la ropa. Dese el gusto si le apetece. No me voy a escandalizar ni a entusiasmar" -. Y así fue como aquel día experimenté la caricia del agua de los mares del sur en toda mi piel.